viernes, 30 de marzo de 2007

La Pasión según María Antonia

Cuando parecía que iba a pasar inadvertido el aniversario 40 de la escritura de María Antonia, el mítico texto de Eugenio Hernández Espinosa, aparece el título Una pasión compartida: María Antonia, donde nueve estudiosos reflexionan sobre una obra emblemática de la cultura nacional. Editado por Letras Cubanas para la Colección Repertorio Teatral Cubano, incluye también la pieza dramática.
Inés María Martiatu es, tal vez, quien ha seguido con más constancia la trayectoria de Eugenio Hernández Espinosa. A ella debemos esta rara avis editorial pues no es usual dedicar a un dramaturgo un empeño de esta naturaleza, pero la fuerza de María Antonia lo exige desde las páginas del libro, en el escenario, en el altar o en la calle. A menudo me pregunto si el autor sospechó el futuro de su heroína, pero no me atrevo a preguntárselo, prefiero imaginarlo sorprendido ante la vitalidad de la criatura que trajo al mundo.
¿Qué ocurrió la noche del 29 de septiembre de 1967 en el Teatro Mella? ¿Por qué un reconocido director, como era ya Roberto Blanco, se interesa por el texto de un principiante? ¿Por qué conmocionó al auditorio? ¿Por qué genera -hasta hoy- la polémica? ¿Por qué se convirtió en una puesta en escena paradigmática?
Abre el debate la doctora Graziella Pogollotti, con su lucidez habitual, dedicando a Roberto Blanco las líneas de su autoría. Ubica la obra en la historia del teatro cubano -el bufo, Felipe, Piñera, Brene- y anota la transgresión del autor: tragedia protagonizada por una mujer negra y marginal, tragedia que cumple con los requisitos del género, catarsis y anagnórisis incluidos, para situarse en el contexto de la Revolución triunfante y revelar facetas, hasta entonces desconocidas, de la cultura popular y afrocubana. Para quienes no pudimos asistir al estreno en el Teatro Mella, el testimonio de Graziella es revelador: ella recuerda la cola del vestido de María Antonia con el amarillo de la deidad venerada, diseñada por María Elena Molinet, la música de Leo Brouwer y Rogelio Martínez Furé, los cantos de Lázaro Ross y el Conjunto Folclórico Nacional, la interpretación de Hilda Oates y la concepción espectacular de Roberto.
”Si María Antonia representa un momento relevante y un suceso muy significativo en la historia del teatro cubano, también lo es para el arte cubano en general y para la evolución de la presencia el significado del tema negro dentro de la cultura cubana y de lo popular como elemento imprescindible para definir lo nacional entre nosotros”. A descubrir las huellas de la santería y a las cuestiones de género y raza en María Antonia dedica su magistral intervención Inés María Martiatu, a quien corresponde la cita anterior. La investigadora se adentra en la correspondencia entre los personajes y las deidades -María Antonia y Ochún, Julián y Changó- , en las relaciones personales que ambas partes establecen y anota cómo se borran las fronteras entre mito y fábula dramática en tanto el autor concibe el mito como una vía para conocer la realidad, para buscar una explicación a la existencia humana.
Lázara Menéndez en María Antonia y su madrina: dos caras del dodecaedro, hurga en las intimidades de la familia ritual de María Antonia y en el ambiente en que se mueven, donde se desdibujan los límites entre el espacio público y el espacio privado, donde el conflicto entre la rebeldía de María Antonia y la sumisión de la madrina concluye en tragedia.
María Antonia y Camila: gracia y castigo es el texto de Amado del Pino, suerte de comparación entre esas mujeres inmensas. Antón Arrufat en María Antonia: amor o amarre propone una lectura inusual del texto de Eugenio, la tragedia como estudio del amor y recuerda que el autor escribe largos fragmentos en yorubá y utiliza palabras en abakuá. Y afirma, rotundo: “Por primera vez en nuestra dramaturgia el negro no es más que una criatura costumbrista, sino una persona. Las creaciones populares, los códigos de conducta de cierto sector de nuestro pueblo alcanzan en esta pieza hondura, esclarecimiento, elaboración artística nunca antes conseguida con tal materia.”
En La voz del otro. Tradición y oralidad en el Cerro de María Antonia, Alberto Curbelo viaja al Cerro, el barrio donde vivió María Antonia, sitio populoso, donde convergen todas las líneas de la cultura cubana, desde el más rancio abolengo hasta la marginalidad más terrible, negros, blancos y mulatos, veteranos de la Guerra de Independencia, cimarrones, pobres y ricos, obreros, pregoneros que se pasean por mercados de todo para vender. Allí vivió y vive hoy su autor, quien no fue -no es- ajeno a ese clamor que introdujo en la tragedia.
El despliegue de erotismo de María Antonia es captado por Waldo González en Tragicidad, erotismo e identidad en María Antonia. El estudioso Rufo Caballero en María Antonia: la linealización del montaje vocal, recuerda el filme de Sergio Giral, de 1990, basado en el texto de Eugenio, que no alcanzó la maestría de la recordada puesta en escena de Blanco. En Conversación con María Antonia (cuarenta años después) Georgina Herrera compromete sus propias vivencias y compara la vida de una mujer cubana de hoy, negra e intelectual, con la de la rebelde María Antonia. El racismo, la violencia y la muerte son algunos de los temas retratados.
María Antonia, aquí y ahora
La obra comienza con una invocación a los dioses. Se ruega por la tranquilidad de María Antonia, esa negra insumisa, que quiere ser libre de amar a quien le plazca, pero se enamora de Julián, negro como ella, que aspira a convertirse en campeón de boxeo y, de un golpe, ganarse la suerte. Estructurada en dos partes y 11 cuadros tiene a los iyalochas y a un akpwon como personajes. El coro, como en las tragedias griegas, dialoga con los dioses. Se baila, se canta, se escuchan los pregones. La vida es como ese ring de boxeo adonde sube Julián y debes defenderte siempre de las agresiones, con gente a favor y gente en contra. El yerbero ofrece recetas para todos los males. La violencia es parte de la cotidianidad. María Antonia va peleándose con todos, cuestionando la virilidad de los hombres. Cuando llega el amor limpio, María Antonia está condenada, arrastra demasiadas culpas para albergarlo. La desgracia es inminente. Su destino, regido por los dioses, tocó fondo. Pero si la existencia de la mujer es dura, sobre todo si es pobre y es negra, la del hombre no lo es menos. Él está condenado a un rol y debe cumplirlo, aunque en ello le vaya la vida. María Antonia se enfrenta a un campeón de boxeo, pero es un hombre joven y casi puro quien la ultima.
¿Por qué María Antonia sigue siendo tema de interés? Graziella podría responder: “La estrategia emancipadora de Eugenio Hernández Espinosa opera desde la cultura y la creación artística. El mundo sumergido emerge a partir de la apropiación transgresora de los recursos expresivos prestigiados por la herencia occidental dominante. Género noble por excelencia, la tragedia se modula con una temporalidad historicista. Los dioses bajan a la tierra, y la “muerte anunciada”, se inscribe en un contexto social preciso. Fiel a una tradición instaurada por la vanguardia cubana, por Guillén a través de la norma clásica para el Son entero, por Caturla y Roldán en el modelo sinfónico, Hernández Espinosa rompe los límites que separan lo culto de lo popular.”
El mundo de María Antonia no desapareció, solo tomó nuevos matices. Hoy las mujeres vuelven a enfrentar a los hombres, los creyentes se burlan de sus deidades, en los mercados se trafica todo tipo de mercancías, los marginales no pueden salir de esa condición y el racismo no se erradica. En los últimos tiempos la academia cubana ha puesto en tela de juicio el tema racial, pero, desgraciadamente, el debate se ha detenido en esos círculos. La santería ha dejado de ser patrimonio de negros y pobres, basta pasearse por cualquier arteria de la ciudad para ver pulsos y collares de connotaciones religiosas en brazos y cuellos de cualquier color. En esa democratización también está la huella de María Antonia.
La puesta en escena de Roberto quedó en el imaginario teatral como un suceso porque supo transmutar en lenguaje escénico la carga trágica de la escritura de Eugenio, profundo conocedor del universo de los marginados. La colaboración entre artistas de diferentes especialidades llegó a un punto muy alto, colaboración que echamos de menos hoy. Con María Antonia un público nuevo descubrió el teatro, marginados que colmaron las butacas del Mella para verse reflejados en el escenario porque María Antonia es la voz de tantos excluidos. Tal vez radique ahí el secreto de su permanencia.La obra posterior de EHE quedó iluminada por María Antonia y su sensibilidad para captar los aires de la contemporaneidad casi lo convirtieron en un autor maldito. Desde entonces, cada estreno suyo llega con el aura de la polémica. Bastaría mencionar títulos como Calixto Comité, Mi socio Manolo, Alto riesgo o Tibor Galárraga, textos donde otros marginados contaron sus penurias.
Pareciera que, cada cierto tiempo, María Antonia vuelve a la palestra para alertarnos sobre los peligros de vivir desafiando a los dioses. El montaje del 67 se retomó en el 84, en el 90 fue llevada al cine y ahora espera su versión para la danza. Hilda Oates estremeció al auditorio, con casi 70 años, cuando encarnó a María Antonia, aquella en que el autor recibía el Premio Nacional de Teatro. Cuando las diferencias sociales reaparecen, Julián y María Antonia adquieren nuevos rostros y vuelven a ventilar sus asuntos privados en la plaza del mercado:
María Antonia- Hasta tus ojos se ha vuelto malos para mí. Me estoy amargando. No sé qué rayos me pasa que ya no comprendo lo que me sucede, ni a la gente: nuestra indigencia, Julián.
Julián- No te entiendo. ¿Estás hablando en chino o qué? Hay que vivir la vida y dejarse de tanto invento. Vivir la vida hasta reventarla a golpes.
María Antonia-¿Qué somos, sino sobras de una comelata, que solo saben bailar, cantar, reír y revolcarse?
Julián-Yo no soy sobra. Voy a saltar bien alto de todo esto…
El libro que me ocupa, Pasión compartida: María Antonia, tiene también el valor de no circunscribirse al círculo teatral: voces de otros campos de la cultura reflexionan sobre un texto teatral enriqueciendo el debate y se acercan con instrumentos de otras disciplinas aportando nuevas luces sobre el problema.¿María Antonia es un clásico? Recuerdo a Borges para hablar de la belleza de esos diálogos desencadenados en la calle o en el solar. No sé por cuánto tiempo será un clásico, pero ahora, cuarenta años después, leo la tragedia con “previo fervor y con una misteriosa lealtad”.

Marilyn Garbey 12/09/2006

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