Sandra Álvarez Ramírez
Inés María Martiatu ha contribuido considerablemente a hacer visible y estimular la difusión de los temas de la cultura afrocubana. Ella ha realizado importantes aportes a la antropología teatral caribeña. Sin embargo, su interés abarca desde la poesía de una escritora como Nancy Morejón, al cine eminentemente crítico de Sara Gómez, sin olvidar los temas de la narrativa, la canción popular o la importancia de la mujer cubana en el mundo de la cultura hip hop. Sus trabajos han aparecido en publicaciones cubanas y extranjeras. Además, ha publicado libros de ensayo, antologías de teatro, crónicas y cuentos. Entre otros, Algo bueno e interesante (1993), El rito como representación (2000), Una pasión compartida, María Antonia (2004), Cuba. Costumbres y tradiciones (2006) y Bufo y Nación. Interpelaciones desde el presente. (2008). Además, compiló, Teatro Escogido de Eugenio Hernández (2006, Premio de la Crítica ese año). En la mayoría de ellos da preeminencia siempre a los temas que atañen a la mujer negra.
Con la aparición de Over the Waves and other Stories /Sobre las olas y otros cuentos (Swan Isle Press de la Universidad de Chicago), Inés María se nos presenta una vez más en su faceta de narradora. Un premio ganado en 1990 hizo aparecer algunos de sus cuentos en varias revistas especializadas y luego, en 1993, en una plaquette. Desde entonces ha seguido publicando sus narraciones en revistas en Cuba y en el extranjero. Over the Waves and Other Stories /Sobre las olas y otros cuentos es toda una revelación para quienes se interesan en la literatura afrocubana escrita por mujeres. Un libro conmovedor en el cual el racismo, la marginalidad, la santería, el espiritismo y la angustiosa existencia de la mujer negra se nos muestran con toda su magia, pasión y desgarramiento. Todo ello expresado con la intensidad y el talento de la escritora. De la aparición de este libro y su experiencia como narradora nos habla Inés María en esta entrevista.
Históricamente las mujeres han sido relegadas al espacio de la poesía. En el caso de la mujer negra, sujeto en alteridad por su condición racial y que por tanto no cumple con ciertos mitos de la feminidad diseñada desde la blancura, ¿podría entonces hablarse de un posicionamiento desde la narrativa interpretable a partir de esta condición que las signa?
Creo entender por tu pregunta que encuentras una diferencia entre el desempeño de las escritoras negras en el campo de la poesía y en el de la narrativa. En el caso de Cuba, la creación literaria femenina cobró auge en el siglo XIX, sobre todo en el campo de la poesía. Ésta reflejaba un mundo de espacios privados donde se realzaban los roles familiares: la madre, la esposa y la hija. Estas poetas se agruparon principalmente alrededor de revistas literarias o de temas generales dirigidas al público femenino. Las familias blancas de clase media y alta veían las artes y las letras como atributos para resaltar la feminidad. No obstante, siempre hubo algunas excepciones, Este fue el caso de la más famosa escritora cubana, Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien se atrevió a pronunciarse a favor de la emancipación de la mujer.
En esa misma etapa, un grupo de poetas negras y mestizas fueron capaces de articular un discurso completamente diferente al de las mujeres blancas. Abordaron en sus textos temas tales como la reivindicación de su identidad y de su africanía, la experiencia de la esclavitud, el orgullo racial y la exhortación a la superación cultural. Un ejemplo lo tenemos en las poesías y escritos de Úrsula Coimbra: “Me siento orgullosa de pertenecer a una raza que por sí sola y a costa de sacrificios, procura elevarse a la altura de las demás y lucha, trabaja y estudia para vencer…”. Otras voces poéticas de mujeres negras de esa época son las de África Céspedes, Cristina Ayala y Catalina Medina.
Por supuesto que la mujer, desde el discurso de la blancura, era descrita e imaginada como objeto y jamás sujeto. Ella era el adorno ideal del hogar. Se le atribuían ciertas cualidades que los patrones sociales dominantes consideraban como la esencia de lo femenino: pasividad, delicadeza, debilidad, proclividad al llanto y en algunos casos hasta al desmayo. A ello evidentemente se opone la figura de la mujer negra de la diáspora. Ella fue protagonista de una dramática historia de horror. Esclavizada, llevando una vida de trabajos forzados en las plantaciones o como esclava doméstica, fue explotada brutalmente. Luego, por supuesto, ha tenido que trabajar siempre para mantenerse ella y a sus hijos.
En cuanto a lo racial, la belleza de la mujer negra ha sido desacreditada. A la caracterización de la blanca y sus rasgos fisonómicos: cuerpo esbelto o de diosa, cutis de rosa, ojos claros, boca de grana, labios finos, pelo sedoso, manitas blancas, se opone el pelo “malo”, rostro oscuro, nariz “ñata”, la “bemba” y otros que ya conocemos. Con ello un cuadro completo de las oposiciones binarias propias del racismo...
En el llamado negrismo o afronegrismo, la mujer negra ha sido injuriada en poemas como “La rumba”, del cubano José Zacarías Tallet, y “La cumbia”, del colombiano Jorge Artel, entre otros. En ellos se destacan las partes sexuadas y se describe su danza como salvaje, casi animal. Es curioso cómo estos poetas, algunos de ellos negros y mulatos, utilizan un discurso diferente resaltando la espiritualidad y otras cualidades humanas cuando escriben sobre la mujer blanca.
En la poesía cubana contemporánea tenemos varios ejemplos de poetas notables que han impugnado esos arquetipos con eficacia. Nancy Morejón, introduciendo el sujeto mujer negra como un ser históricamente determinado, protagonista del devenir de la Isla y capaz de expresar la cotidianidad, la intimidad, incluso la religiosidad de origen africano sin estridencias ni pintoresquismos, es un ejemplo digno de tener en cuenta. Lo mismo podemos decir de la poesía de Excilia Saldaña, que se identifica con la condición de la mujer mestiza y objeta la situación subalterna de la esposa en la pareja. En la producción más reciente de Georgina Herrera aparecen los temas de la identidad, de África como memoria ancestral y se destaca la rebeldía de la mujer cimarrona y de heroínas como Fermina Lucumí o Mariana Grajales. Son solamente tres ejemplos recientes que se alejan del pintoresquismo y las injurias en que cayeron algunos poetas afronegristas.
En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, sí puedo decirte que en la obra de algunas narradoras afrocubanas actuales éstas abordan diferentes aspectos de su singularidad como mujeres y negras. Resultan una particularidad digna de estudio dentro del entorno ideotemático en que se mueve nuestra producción literaria, donde la mujer negra, su historia y sus conflictos están ausentes de las obras de casi todas las narradoras conocidas y de la crítica feminista. El critico y ensayista Alberto Abreu se pregunta “¿Qué marcas y procedimientos escriturales, más allá de las referencias al mito y al etnotexto, nos permiten aseverar que estamos ante la presencia de una escritura y una cosmovisión del mundo que emana de un sujeto negro?” Como respuesta a esta interrogante es un ejemplo a destacar el de la propia Excilia Saldaña. En su libro Kele Kele, ella realiza una recreación del universo mitológico propio de la cultura yorubá, sin limitarse a lo anecdótico del patakín como tal. En algunos de lo cuentos que integran ese volumen, Saldaña relee el mito desde una perspectiva de género tanto en cuanto a lo argumental como en la representación estética y espiritual del sujeto mujer negra. Ella realiza esta resignificación partiendo de su propia visión, de nuevas experiencias y saberes y de su maestría como narradora.
Por otro lado, Teresa Cárdenas, en su libro Cartas al cielo, nos muestra los conflictos de una niña negra contemporánea signados por la orfandad y la discriminación que sufre por su piel oscura. Más recientemente, en Perro viejo, Premio Casa las Américas, ella aborda el tema quizá más sensible de la esclavitud. Más allá de lo físico, profundiza en las marcas y carencias emotivas y humanas que esta terrible institución dejaba en la autoestima y la afectividad del esclavizado.
A propósito de la publicación de Sobre las olas por una editorial foránea, a lo cual sumamos el hecho de que en la reciente antología Cincuenta años del cuento femenino en Cuba, publicada en saludo a los cincuenta años de la Revolución Cubana, sólo se incluyen a Lourdes Casal, Josefina Toledo y Marta Rojas, y se excluyen a otras figuras como Excilia Saldaña y Teresa Cárdenas, por ejemplo; ¿qué opinión te merece la poca divulgación en Cuba de la obra de las narradoras cubanas negras?
Hay que tener en cuenta que cierta parte de la crítica en general, y la que se autodefine feminista en particular, se encargan de hacer visible a un grupo de escritoras. Las legitiman en el ámbito, al menos, nacional. Para ello se sirven de la participación en jurados de concursos, revistas, antologías, publicaciones de libros y eventos. Esto nos lleva a reflexiones nada ingenuas en cuanto a la forma en que se ayuda a construir un canon. No hay casualidad. De esa misma manera excluyen a las que no les interesan. Son bien conocidos los reclamos de estas escritoras a propósito de su exclusión en las antologías compiladas por escritores con una visión androcéntrica de la literatura y sus temas. Sin embargo, algunas hacen lo mismo con las narradoras cubanas negras. Pero realmente no siempre somos excluidas. En el caso de Excilia Saldaña, se trata de una escritora con una amplia obra publicada en Cuba y en el extranjero e importantes trabajos críticos que la avalan como una excelente poeta y narradora desaparecida prematuramente, como sabemos. Teresa Cárdenas, de más reciente promoción, ya tiene una carrera literaria merecedora de atención. Ha recibido premios como el David de cuentos, La Edad de Oro y el reconocido Premio Casa de las Américas. En cuanto a la antología a que te refieres, es cierto que su título es grandilocuente y sus propósitos pretenden ser muy abarcadores. Pero es sabido que toda selección puede resultar polémica y que responde al juicio particular de quien la compila. En el caso de estas dos excelentes y reconocidas creadoras, su exclusión no creo que vaya en menoscabo del prestigio de ellas.
Yo tuve una experiencia personal en ese sentido. Todavía no me había decidido a dar a conocer mi narrativa. Lo hice en un momento que coincidió casualmente con el comienzo de una especie de despegue de la narrativa escrita por mujeres a partir de los años 90. Una de las primeras acciones fue la convocatoria del concurso de cuentos de tema femenino organizado por el Colegio de México y Casa de las Américas en 1990. Ese concurso fue ganado por mí y según el jurado, como fue anónimo, fui la única finalista con cuatro cuentos. A pesar de ello no me invitaron a la premiación, ni jamás los organizadores publicaron el cuento premiado. Sin embargo, mi trabajo llamó la atención de otra parte de la crítica y publicaciones. El cuento premiado es “Algo bueno e interesante” y da título a una plaquette que apareció en 1993 por la Editorial Letras Cubanas. La revista Revolución y Cultura publicó uno de los cuentos finalistas. La escritora y periodista Magaly Sánchez Ochoa me hizo una entrevista para el semanario Cartelera y apareció otra en Granma Internacional, ambas a los pocos días de conocerse el premio. Años después, la narradora y profesora Sonia Rivera-Valdés propició mi participación en el Congreso de Mujeres Escritoras Caribeñas de Habla Hispana en Hunter College en la City University of New York. Pero ninguno de esos gestos partió de las organizadoras del concurso por la parte cubana, quienes se desentendieron de la publicación o difusión del texto premiado.
Tengo la sensación de que este libro se sitúa en nuestra condición caribeña y que dialoga con otros lugares de este mismo Caribe, teniendo en cuenta que eres una mujer habanera. ¿Podría ser esto entendido como un aporte particular a la literatura escrita desde una ciudad que pretendió ser americana antes de caribeña?
Es cierto que La Habana tuvo y tiene una gran influencia “americana”. Pero como ciudad cosmopolita e históricamente receptora de grandes oleadas de inmigrantes españoles, chinos, árabes, hebreos, es también multiétnica y multicultural como lo es el Caribe en general. En algunos de estos cuentos, sobre todo “Follow me!” cuyo personaje central es una mujer jamaicana, por supuesto dialogo, como dices, con otros lugares de este mismo Caribe. Como sabes, una importante migración de todas las islas y hasta de las costas caribeñas de América Central y del Sur se integró a la población habanera y del resto del país. Se han forjado lazos íntimos de hermandad y de consanguinidad, como es el caso de ése y otros personajes que incluso formaron parte de mi propia familia y son entrañables para mí.
La Habana no es una sola. Soy habanera, sí, y creo que, en lo cultural, La Habana siempre ha mantenido sus raíces caribeñas, es decir, preponderantemente negras. En sus barrios populares, que son mayoría, se practican religiones y tradiciones de origen africano muy vivas. La Santería, el Palomonte, la Sociedad Secreta Abakuá, la rumba, las comparsas tradicionales que caracterizan a cada barrio. Más recientemente han aparecido la cultura hip hop y las diferentes “tribus urbanas” que van constituyendo lo que el ensayista Alberto Abreu llama los “paisajes emergentes” y que van acentuando cada día la diversidad de la ciudad. A los santeros, repas, rockeros, frikys y rastafaris se han agregado los raperos, emos, vampiros, hombres lobos, etc. Estos últimos grupos trascienden lo tradicional y lo nacional. Estas manifestaciones, por supuesto, no están legitimadas por la llamada “ciudad letrada” y por los sectores hegemónicos que son una minoría y han difundido la imagen de una Habana fundamentalmente “americana” cuando en realidad es muy diversa, como lo es en definitiva el Caribe. El hecho de revelar esa Habana caribeña en mis cuentos creo que es un aporte consciente a la literatura escrita desde esta ciudad. Una forma de hacer resaltar la identidad caribeña de La Habana, de la nación y específicamente de sus habitantes.
En estos cuentos aparecen como protagonistas algunas mujeres negras. ¿Qué tienen en común? ¿Cuáles son las marcas que las caracterizan?
Por supuesto que algunas de estas mujeres no son frecuentes en nuestra narrativa y tampoco en nuestro imaginario. Recordemos las mulatas trágicas de la novela antiesclavista y de la zarzuela, las chancleteras de la guaracha y el bufo y aún de espectáculos humorísticos contemporáneos. En la obra de las escritoras siempre aparecen lo autobiográfico, la memoria, la experiencia personal o adquirida de otros. Estas mujeres pertenecen a mi entorno y he tratado de ser consecuente con ellas. En primer lugar, no es frecuente que aparezcan mujeres negras como protagonistas más allá de lo que tradicionalmente se acepta. En estos cuentos está la mujer de pueblo, como se dice, pero también aparece la representación de la mujer negra como escritora, pintora, madre de familia de clase media, algo que no es usual en nuestra narrativa (por no decir que están ausentes de allí). Ellas tienen sus problemáticas que pasan por su formación, por su profesión, por la instrucción adquirida y no solamente por la raza. Aquí se trascienden los arquetipos ya establecidos. Hay un rasgo que las caracteriza: nunca son víctimas. Son mujeres que luchan, que han sido heridas, han perdido combates pero no la guerra, no se rinden. Lola, la jamaicana de “Follow me!”, ha sido despojada de su hija, pero es capaz de seguir persiguiendo su sueño de ser artista, una mujer independiente. Josefa, la madre de clase media protagonista de “La duda”, en un momento de crisis se rebela y busca los valores de su africanía que había dejado atrás en su afán por ascender socialmente. La pintora de Una y otra vez en medio de un conflicto amoroso y el misterio, aparentemente se rinde al rito misógino, pero no sin antes negociar. Ella gana la inmortalidad y al fin lo sabe y lo acepta. La escritora de “Algo bueno e interesante” tampoco es una perdedora. Es una mujer inteligente y no idealiza su situación. Tiene el valor de utilizar su mejor arma, la creatividad, la ficción para desmontar las contradicciones de esa relación amorosa y destacar las diferencias culturales entre ella y su amante, los rasgos que definen y particularizan esta relación heterosexual e interracial. Uno de los miembros del jurado de aquel concurso de 1990 me dijo algo que no olvidaré “Usted es la única que ha entendido que “de tema femenino”, no quería decir mujeres abandonadas.” Tenía mucha razón. Ni víctimas, ni mujeres abandonadas, mucho menos perdedoras.
En el imaginario cultural los temas negros muchas veces se basan en las mitologías de origen africano. En esos casos el llamado etnotexto se utiliza para caracterizar lo negro. “Sobre las olas”, el cuento que da título a su libro, se desarrolla en una ceremonia sincrética, un violín espiritual, y en “Una y otra vez” hay una clara referencia al mito que da origen a la Sociedad Secreta Abakuá. ¿Cree usted que estos relatos son folclorizantes? ¿Cual fue su estrategia al escribirlos?
Veo los elementos de nuestra herencia africana como algo inherente a nuestra cultura, no los veo como folclor, pues están vigentes. El hecho de que estén evolucionando de acuerdo con la vida es una prueba de ello. “Sobre las olas” se desarrolla en una ceremonia. No me interesa lo pintoresco ni fabular con los relatos de orishas o seres sobrenaturales. Me interesan las mujeres y hombres que participan, que buscan respuesta y solución para sus necesidades existenciales y filosóficas, a través de la unión con lo sobrenatural.
Esos violines espirituales han llegado a formar parte de la vida urbana, se desarrollan en espacios marginados de una ciudad contemporánea como La Habana. Pudiéramos llamarla una ceremonia “super sincrética”, como diría Benítez Rojo. En ella se expresa la interesante hibridación en el plano religioso, en el formato instrumental que se utiliza, en los géneros musicales que se interpretan y hasta en el estilo de los músicos que pueden parecer fusiones insólitas. En este relato no hay un protagonista. Participan diversos personajes vivos y muertos, propensos a la transfiguración, al trance, en un performance coral. Lo mismo pasa con el tiempo y los acontecimientos en que todos se ven envueltos y que ocurren simultáneamente, así como la irrupción de lo sobrenatural y la representación de la tragedia de los balseros, del pánico “de los que quieren escapar por el mar”.
En “Una y otra vez” la protagonista es una artista, una mujer que está viviendo una crisis amorosa, ha sido traicionada. Al mismo tiempo, por su sensibilidad tiene determinados nexos con el misterio relacionado con su obra. Es capaz de desplazarse al mundo de lo mitológico que está interconectado con la realidad que ella vive y que de cierta manera se corresponden. El mito es releído también desde una perspectiva de género no como una fatalidad sino como una traición. Siempre he creído que la condición inmortal de los orishas es un privilegio y un misterio. La devoción de los humanos es la que los hace capaces de revivir cada vez que se les invoque aquí en la tierra. El relato tiene un final inesperado cuando ella logra trascender su condición de víctima.
Como hemos visto dedicas mucho tiempo a la investigación cultural. ¿Qué diferencia hay entre la Inés María Martiatu ensayista y promotora y la narradora?
No creo que haya diferencias. Soy la misma siempre. He sido siempre muy curiosa y analítica y al mismo tiempo me sensibilizo con lo íntimo y el misterio. Es un rasgo de mi personalidad que lo he llevado a mi vida profesional. Tengo una formación musical por un lado e histórica por otro. Cuando era muy joven le pregunté a mi maestro Manuel Moreno Fraginals qué camino seguir. Me dijo, “Sigue los dos”. Con los años me he dado cuenta de que son dos manifestaciones que me son necesarias. La ensayística porque me permite contestarme ciertas preguntas y acercarme a los fenómenos que me inquietan con lo instrumentos de la teoría. La ficción porque doy rienda suelta a la memoria, a la sensibilidad y a la búsqueda del conocimiento desde lo particular y lo íntimo del ser humano, de mí misma. Creo que en ambas toco en definitiva los mismos asuntos pero desde perspectivas diferentes. De ninguna manera se excluyen, sino que se alimentan una a otra y se complementan.
¿Qué otros aspectos identitarios de Inés María Martiatu es posible encontrar en Sobre las olas?
No puedo decir que aquí está todo lo que soy porque pienso seguir escribiéndolo y expresándolo. Si una persona está agradecida de su origen y cree que está aquí para testimoniar todo eso, soy yo. No sería nadie en el orden vocacional o profesional sin la asunción de mi origen en lo histórico y en lo familiar. No tendría nada que escribir sin la experiencia que me legaron y sin la que he adquirido siempre guiada por esa brújula que es la educación, la percepción del mundo, muy particular y hasta del gusto, la manera de ser selectiva en lo artístico, de valorar lo culto y lo popular en igual medida, por ejemplo. Si soy narradora es por todo lo que mi familia me ha trasmitido. Si soy escritora es porque me prepararon para ello. Yo provengo de la clase media negra, una familia mestiza de profesionales. Un grupo humano siempre discriminado y centrado no en el avance económico, que sobre todo en tiempos de la República les fue negado. Hacían énfasis en ciertos valores como la superación cultural y el trabajo esforzado. Esa clase surge en plena Colonia y ha tenido una evolución a lo largo de la historia de Cuba. Me siento plenamente identificada con mi procedencia, que me lleva, por supuesto, a asumir mi africanía y a conservar una muy viva memoria de la esclavitud. Son muchas las contradicciones que han marcado la difícil inserción y el ascenso de estos hombres y mujeres en la sociedad cubana, primero esclavista y luego republicana, pero siempre clasista y racista. Creo que los temas y personajes referidos a esta problemática aparecen muy poco en nuestra narrativa.
Por supuesto hay mucho de mí en estos cuentos. En “El re es verde” y en “Una leve y eléctrica sensación” están momentos de la infancia de una niña en cuya educación lo culto y lo popular se imbrican, así como el aprendizaje de su identidad genérica. Las contradicciones culturales, religiosas, raciales, de género se expresan de manera diferente en algunos de estos cuentos. En “La duda” se dan en el orden de lo religioso, En “El Senador” en lo ético y lo político, y en “Una y otra vez” en el conflicto de una artista mujer negra contemporánea que elije la trascendencia a través de un mito tradicional y misógino. Creo que en todos los cuentos que integran el volumen estoy de alguna manera como protagonista o como observadora involucrada.
¿Qué influencias reconoce usted en este libro?
Siempre he sido una lectora muy ávida. De niña y siendo muy joven leía muy ordenadamente. Ya no, siento que me falta el tiempo para eso. Así que leo lo que más me interesa o necesito para mi trabajo. Pero no todas las influencias me vienen de la literatura. Están la oralidad, la memoria, lo autobiográfico, la historia. En cuanto a esta última, he repasado la herencia de las mujeres negras en épocas de esclavitud, rebeldías y levantamientos en Cuba y en el Caribe, las del movimiento abolicionista de Estados Unidos. Sojourner Truth es fundamental, a pesar del tiempo su ideario está muy vigente. Las poetas y periodistas afrocubanas que comienzan a expresarse en el siglo XIX, QUE constituyen lo que llamo antecedentes del feminismo negro en Cuba, son una inspiración.
Teniendo en cuenta que los temas de la literatura afrocubana no pertenecen aún en su totalidad al mundo letrado, no es posible hacer una literatura de literatura todavía en este caso. Por otro lado, mi experiencia etnológica, mis estudios, lecturas e investigaciones nutren mi narrativa. Para lograr lo que me propongo con la escritura también me valgo de obras teóricas que me ayudan a resolver problemas de estructura y otros. De las influencias que me han encontrado los críticos algunas me han sorprendido y otras no, pero quizá deben estar.
Me siento identificada con ciertas lecturas de los últimos años de la narrativa escrita por mujeres. Una de las características de sus obras es la manera en que por medio de la literatura elevan al personaje mujer negra de su subalternidad. Ellas han logrado construir un canon literario que ha dado sus frutos y se han impuesto en la academia y fuera de ella. Me han enseñado a ver a mi alrededor y ser yo misma ante todo sin reparar si tal o cual tema o personaje o tal o cual estilo han sido legitimados o no por el canon establecido. A buscar y encontrar las formas que necesito para expresarme.
Cada una me ha aportado algo. Las afronorteamericanas y caribeñas y las afrolatinas. Alice Walker con El color púrpura, por su incursión en los entresijos de la familia vista desde una visión femenina y emancipadora; Maya Angelou, con sus Memorias, su poesía y su activismo a favor de la lucha contra la discriminación y toda clase de opresión; Toni Morrison, con Sula, La canción de Salomón o Beloved. En sus novelas está la historia de la mujer negra vista de una manera intimista que es única en esta narradora. La espiritualidad, las pasiones desenfrenadas y la percepción de lo sobrenatural aparecen en ellas. Morrison tiene una extensa obra publicada y un bien merecido Premio Nobel. Una escritora caribeña de habla inglesa muy interesantes para mí es Jamaica Kincaid, con su reveladora novela Autobiografía de mi madre. En ella desmonta con valentía prejuicios arraigados y se atreve a liberar el cuerpo y la sexualidad de la mujer negra aceptando los aspectos de su naturaleza que han sido más reprimidos por la educación. Por otro lado, resignifica y relee el concepto de nación a través del rechazo y deconstrucción de ciertos referentes simbólicos de lo nacional impuestos por el discurso hegemónico colonial. Entre las caribeñas del área de influencia francesa ha sido revelador para mí el discurso de la haitiana Edwiges Dantikat. Ella escribe en inglés pero sus relatos están basados en la oralidad, el poder de la palabra en su tradición caribeña en obras como Krit Krat. Y por supuesto, Maryse Condé, de Guadalupe. Son extraordinarias sus novelas históricas de la serie Segou, situada en un reino africano a punto de colapsar ante el empuje del islam y el cristiansmo. En su obra más conocida, la magistral Moi Titooba, sorcière, noir de Salem, la escritora destaca al sujeto subalterno en la historia y la literatura del canon conocido y hegemónico. Ella convierte a Titooba en protagonista de un relato donde este personaje secundario de Las brujas de Salem nos ofrece una versión femenina y caribeña de esa historia real.
Entre las afrolatinas podríamos citar a la afroecuatoriana Argentina Chiriboga, que retrata a la población negra y mestiza de su país situando a la mujer afroecuatoriana en el centro de su novela Jonatás y Manuela. Entre las afroperuanas tenemos a Lucía Charun-Illescas, autora de Malambo, novela que describe la vida de los hombres y mujeres afrodescendientes en uno de los barrios tradicionales de Lima. La portorriqueña Mayra Santos-Febres en sus obras realiza una acción desacralizadora desde lo personal y lo familiar en una sociedad que no se ha querido asumir en su negritud. Entre las brasileras, destaco la prosa siempre incisiva e intensa de Conceiçao Evaristo en sus cuentos en que aparecen la explotación y la violencia a que está expuesta la mujer negra y marginaba en las grandes ciudades brasileras.
Todas ellas tienen en común la construcción de un contradiscurso emancipador con el que impugnan los arquetipos a los que la historia y el canon establecido las habían reducido. Toman la palabra para presentarnos su propia versión, “la otra cara de la moneda”.
Me gustaría que adelantaras en qué proyecto trabajas actualmente.
Estoy enfrascada en la terminación de una novela. Es una escritura que me apasiona pero que al mismo tiempo me ha dado mucho trabajo sobre todo porque de vez en cuando he tenido que interrumpirla por otros compromisos que siempre se presentan. Pero ahí voy. La protagonista es, por supuesto, una de esas mujeres que me fascinan.
La Habana, 27 de agosto 2009.