jueves, 2 de julio de 2009

Respuesta a Arturo Arango

Mi respuesta a Arturo Arango

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«Nuestras vidas están involucradas indefectiblemente en las grandes sacudidas de la historia, aunque esta última pueda ser contada de diversas maneras [...]. Lo mismo ocurre con la lectura de la contemporaneidad, sujeta siempre al entrechocar de ideas y debates, a la emergencia polémica de lo nuevo, al enfrentamiento por los espacios de poder en el ámbito de la cultura y en el de la política real».[1] Agradezco a Graziella Pogolotti el poder recordarles este dato a los lectores de mi libro Los juegos de la Escritura o la (re)escritura de la Historia.[2] Así como una postura ética que, en la confrontación de ideas, parte del respeto a la pluralidad, a la diferencia de miradas. Las palabras de ella, publicadas bajo el título de «La insoportable gravedad de la historia», constituyen, al menos para mí, una lección memorable en este sentido.

2
En «Una mala escritura de la Historia»,[3] de Arturo Arango, el ejercicio del criterio se entrecruza inevitablemente con la ética; y el compromiso, con la memoria quebrada de un período de la historia cultural de la nación. Quiero referirme a los momentos de ese texto en que se ilustran esos juegos camaleónicos y dobleces con los que en nombre del respeto a la pluralidad, a las cicatrices de la memoria y a sus afectados, se intentan tachar esas otras relecturas de la historia que parecen incómodas. Y a las artimañas retóricas que documentan cómo su autor nos intenta decir algo distinto a lo que el texto nos dice (lo que duele y lleva escondido).

2.1. En su nota al pie número 3, Arango acota: «Me resulta imprescindible mencionar una contradicción exterior al libro: Víctor Fowler, quien recibe algunos de los mayores elogios de Abreu Arcia [...] fue jurado en la edición del Premio Literario Casa de las Américas 2007. Tal coincidencia se convierte en un conflicto ético que no puedo pasar por alto» (p. 59).

Aquí hay un dato que él, en su impugnación ética a Fowler y en sus atentas lecturas a mi libro, esconde todo el tiempo y escamotea a sus lectores. Se trata de las páginas (165, 166, 167 y 168) donde examino el ensayo «Rumbos de la nueva cuentística»,[4] escrito por el entonces intolerante Arango y aparecido en diciembre de 1978 en la revista Universidad de La Habana. Se trata de un texto impecablemente escrito, pero lamentable por su tenebroso dogmatismo. Su lectura todavía produce pavor, sobre todo porque hacía leña del árbol caído. Como entonces les informo a los lectores de Los juegos de la Escritura…, dicho ensayo motivó una posterior retractación del autor («Argumentos para la retractación y la reincidencia», Letras Cubanas, no. 1, 1986).

No es la ética sino el elogio lo que Arango le disputa a Víctor Fowler. Víctor es quien usurpa lo que para Arango, aquí, se constituye todo el tiempo en el oscuro objeto del deseo: el elogio. Este dato nos alerta, además, sobre la naturaleza contradictoria y oportunista desde la que opera el concepto de ética en «Una mala escritura de la Historia».

3
Por puntuales y certeras, le agradezco a Arango las observaciones que le hace a Los juegos de la Escritura… (escribí «La vida Flora» en lugar del correcto «Vida de Flora»; José Antonio Baragaño, el lugar de José A. Baragaño), como también le agradezco la observación que hace sobre Ángel Acosta León. Aún falta otra que Arango no menciona, pero que los lectores deben conocer: cuando recreo con ciertos giros de ficción los tiempos de Lunes de Revolución, incurro en el error de ubicar la residencia de Virgilio Piñera en Guanabacoa en lugar de Guanabo. (ver Los juegos de la Escritura…, p. 30). Sin embargo, Arango miente deliberadamente en algunas de sus afirmaciones:

3.1. «Y para demostrar cómo la lírica también evoluciona en su percepción del espacio urbano de La Habana de los años ¡50!, se emplean versos de “Sinfonía urbana”, poema de Rubén Martínez Villena (1899-1934)».

En Los juegos de la Escritura… se lee: «La lírica también evoluciona en su percepción del espacio urbano. // Solemnidad profunda, rara melancolía. // La capital se baña de lumbre meridiana, // y un rumor de colmena colosal se diría // que flota en la fecunda serenidad urbana. // Exclamaba Rubén Martínez Villena. Ahora la ciudad no es aquel paisaje, ha pasado a ser…» (Énfasis míos, 22-23).

3.2. Miente además cuando afirma que caigo en una grave omisión «que implica una tergiversación de ese sujeto que Abreu llama «el grupo de jóvenes y artistas nucleados en torno a El Caimán Barbudo, y del que nombra a [Jesús] Díaz, Guillermo Rodríguez Rivera y Víctor Casaus» (p. 58), y se refiere a ella de la siguiente manera: «Abreu parece desconocer que en enero de 1968 la dirección de El Caimán Barbudo ya no estaba en manos de Jesús Díaz. Él y su equipo han sido separados de la publicación, que ahora declara el inicio de una “Segunda época” […]» (p. 58). En las páginas 119, 120 y 121 de Los juegos de la Escritura… me refiero a ese grupo como la «redacción saliente».

Leamos: «En el número 21 aparece la siguiente nota: «La redacción saliente de El Caimán Barbudo responde a la polémica sostenida con Heberto Padilla. El novelista Lisandro Otero clausura el bout con el quinto y último disparo». (p. 120). Y unas líneas más abajo informo al lector: «“Yogui y el Comisario” está firmado por Víctor Casaus, Jesús Díaz, Luis Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera, y entre los argumentos enarbolados está una colaboración de Cabrera Infante: “Centenario en el espejo”, aparecida en la revista Mundo Nuevo […]» (Énfasis mío, p. 120).

3.3. Más allá de lo divertido que puede resultar por su pacatería, Arango miente al lector cuando se refiere al tratamiento que reciben en mi libro los homosexuales, los negros y las mujeres. Dice llamarle poderosamente la atención que en un libro como el mío, que pretende ser tan inclusivo y desprejuiciado, me refiera a los «pingueros orientales», pues es una expresión que «reproduce otra forma discriminatoria, esta vez entre el centro urbano y la periferia más subdesarrollada y empobrecida» (nota 8). El sentido discriminatorio pertenece al propio Arango. Ignoro por qué me lo adjudica. Además, el término lo uso en tres ocasiones.

En Los juegos de la Escritura… se lee: «Son los años de la eclosión de los travestis, los pingueros (prostitución masculina), que llegan desde las regiones orientales a ciudades como La Habana y Varadero asociadas al desarrollo del turismo internacional del país, escapando de las precarias condiciones de vida que impone el “período especial”. De los show gay de diez pesos...» (p. 361).

3.4. Miente cuando apunta: «A pesar de que el autor se queja de que “sólo dos o tres de sus principales teóricos han visto la luz de manera dispersa, fragmentada en revistas de poca circulación”, Criterios ha ofrecido al lector una extensísima bibliografía del posmodernismo, cuya compilación (aparecida en el 2007) sobrepasa las cuatrocientas páginas» (p. 58). Mi libro, como enfatiza Arturo Arango en el párrafo inicial de su crítica, fue premiado en el año 2007. Es decir, su escritura se sitúa anterior a la salida de esa importante compilación cuidada y preparada por Desiderio Navarro a partir de textos que fueron apareciendo entre 1991 y 2006 en diferentes números de Criterios (también en uno de la propia Gaceta y otros en volúmenes preparados por Desiderio Navarro). Pero yo agrego «en revistas de poca circulación», como ha sido Criterios, y exactamente en los años noventa, cuando la circulación de esa y otros tantas publicaciones parecía desvanecerse por las enormes carencias que se vivieron en esos años de «período especial». Por otra parte, esta enunciación en Los juegos de la escritura… está enmarcada en un período del campo cultural muy específico: finales de la década de 1980 y principios de la siguiente (ver p. 255).

4
El autor de «Una mala escritura de la Historia» «lee mal» e intenta provocar efectos de cortocircuito o disonancia en la recepción de Los juegos de la Escritura… cuando desde su supuesta autoridad crítica afirma:

4.1. «Al estudiar los conflictos en torno a Lunes de Revolución, se coloca a Rolando Escardó entre los integrantes del llamado grupo de Lunes… y se acude a un poema suyo como ejemplo de los discursos presuntamente alternativos de Lunes...» (p. 56). Aunque añade una nota al pie (la número 1), donde reconoce que Escardó publicó en Lunes..., pero que su labor estuvo lejos de la redacción del seminario: «como teniente del Ejército Rebelde se ocupaba tanto de organizar cooperativas de carbonero…». En mi libro hablo de «la pluralidad de visiones estéticas [...] desde la que se configura el semanario»
(p. 58). Arango sostiene en su texto que se cita como uno de los integrantes del llamado grupo de Lunes.

4.2. Miente y al mismo tiempo lee mal cuando objeta: «Sitúa en los enclaves del campo cultural a los heterónomos, pero no hace explícita su ideología» (p. 57). Y a la manera de un niño que se niega a leer un libro, pero insiste en que le cuenten lo que dice, pregunta: «Qué defienden: ¿la instrumentalidad, la operatividad ideológica del arte y la literatura?». Dejemos que sea Los juegos de la Escritura… quien le responda:

Los heterónomos, deudores de la experiencia cultural y el pensamiento soviético, constituyen un espacio mediación entre el poder y el campo cultural. Operan a través de los discursos de la ideología y de la política como conjunto de regulaciones y disposiciones que intentan normar los rumbos y el carácter de la creación artística y literaria. Su labor está orientada hacia la implementación de esos paradigmas estéticos sobre los que descansarán no sólo la gramática de los procesos culturales […].

Se lee en el segundo párrafo de la pagina 47. Y, desde esta perspectiva analítica se examinan, de la página 48 a la 57, además de otros documentos los siguientes: «Apuntes sobre el arte y la literatura», de Mirta Aguirre; «Conclusiones de un debate entre cineastas cubanos», «En busca de expresión estética de una “nación para sí”», de José A. Portuondo, y «Conversación con nuestros pintores abstractos», de Juan Marinello.

5
Arturo Arango hace gala de su precariedad teórica durante su lectura de Los juegos de la Escritura…

5.1. Cuando me refiero a las prácticas simbólicas emergentes en la visualidad, la literatura y el pensamiento cubanos que comienzan a aparecer entre finales de los años ochenta y principios de los noventa, hablo de «los nuevos contextos y reconvenciones que socavan los binarismos: colonizador-colonizado, propio-ajeno, idéntico-diferente, sobre los que durante siglos ha descansado la conciencia oposicional, contestataria de lo latinoamericano». Arturo Arango cita estas palabras y añade al término de ellas una nota al pie (la número 2) en la que comenta: «Me gustaría conocer cómo Alberto Abreu comprende la realidad latinoamericana de hoy mismo sin oposiciones como dependencia-autonomía o colonizador-colonizado».

Es decir, mientras mi afirmación se refiere a un grupo de representaciones simbólicas que responden a las nociones de transculturación (Ortiz, Rama), hibridez (Canclini), totalidad contradictoria y sujeto migrante (Cornejo Polar), Arturo Arango, para su exégesis, se posiciona en lo que Nelly Richard llama «los fundamentalismos de aquel latinoamericanismo todavía entrampado en una metafísica de la identidad que concibe a América Latina como depositaria de una autenticidad del ser y una espontaneidad de la vivencia, de una primariedad salvaje que habla en vivo y en directo».[5]

5.2. Denota también una lectura de mi libro acometida desde la elementalidad teórica cuando en los párrafos finales de su artículo, refiriéndose al tratamiento que reciben en mi libro los negros, homosexuales y mujeres, declara: «La contradicción que quiero poner de manifiesto es la manera como ese otro componente de la oposición, ubicado siempre en la zona del poder, es reducido a sus expresiones más toscas y elementales». Y continúa: «Si estableciéramos una relación de identidad entre “discurso del poder” o “campo del poder político” y Estado cubano, sería imprescindible analizar las relaciones con esos sujetos secularmente marginados desde variaciones, negociaciones, tensiones cambiantes a lo largo de estos cincuenta años». Y por último afirma: «Pero el mismo discurso del poder puede ser enunciado desde una entidad más amplia y abarcadora».

Arturo Arango no hace otra cosa que repetir a su manera uno de los propósitos de Los juegos de la Escritura… Vayamos a lo que digo en los capítulos finales de Los juegos de la Escritura… donde, entre otras categorías analíticas, introduzco la figura del sujeto migrante, de Antonio Cornejo Polar, para analizar estas tramas y tensiones propias de identidades y sujetos marginados, cuyos debates «se dilucidan dentro de un terreno de conflictos y negociaciones culturales y lingüísticas donde se cruzan lo regional, lo local, lo nacional y lo transnacional, [y] son, entre otros, los nuevos universos problemáticos y de audacia metodológica a las cuales nos aboca el sistema teórico de esta figura clave dentro de los Estudios Latinoamericanos» (p. 349).

Mi libro, y los lectores que lo hayan leído lo conocen, ha preferido explorar las relaciones de poder a partir de las políticas de representación, a partir de las políticas del texto escrito, de la memoria y en la noción de discurso, a partir de las políticas de identidad, del desmontaje de los relatos historiográficos, en tanto prácticas y lugares teóricos desde los cuales tradicionalmente la modernidad no sólo en Cuba, sino también en Occidente, ha instaurado su hegemonía y producido subalternidades.

Esta perspectiva analítica no es una opción de Los juegos de la Escritura… Es consustancial a su objeto de estudio: los gestos deconstructivos de estas prácticas simbólicas y del nuevo ensayismo cubano con sus miradas teóricas que interpelen y deconstruyen estas relaciones verticales de poder.

6
Cito otros pasajes donde las contorsiones de la insidia en las palabras de Arturo Arango rigen los movimientos de lectura y prevalecen sobre el rigor analítico:

6.1. Se trata de otro momento en que a través del juego entre lo escondido y lo connotado, Arturo Arango insiste en sus interpelaciones a Víctor Fowler. No ya en lo relativo a la ética, sino a sus filiaciones teóricas. En los párrafos finales de «Una mala escritura de la Historia», donde Arango apunta: «En el párrafo final del libro, escribe Abreu que su objetivo...», cuando en Los juegos de la Escritura… se lee: «Finalmente debo aclarar que este ensayo sólo tiene una finalidad exploratoria. Su objetivo ha sido graficar...».

Esta sustitución de libro por ensayo descontextualiza el objeto de estudio. Por cuanto no está aludiendo al libro en general, sino al último capítulo titulado «En la zona: Los espacios de la desobediencia en la narrativa cubana contemporánea». ¿A qué motivos obedece esta maniobra de Arango? La respuesta está en la interrogante que a continuación se hace Arango: «¿Quien niega o excluye determinadas ideologías o discursos y los deja fuera del proyecto teleológico? Para hacerlo aún más claro, ¿quién escribe esa Historia vencedora (p. 306.)?».

Es decir, tanto la expresión «Historia vencedora» como el número de página que Arango cita designan de manera asimétrica otro capítulo del libro («Escritura de la subjetividad. Del discurso crítico al nuevo ensayismo cubano»), específicamente el apartado donde se examina el ensayismo de Fowler, y en particular su filiaciones teóricas, y a las que me refiero como «Es su astucia, su arma a la hora de lidiar con la Historia vencedora».

Lo que me interesa describir es cómo en el escrito de Arango, en el acto de leer y comentar el otro texto, las murumacas y contorsiones de la insidia que guían los movimientos de la lectura del texto prevalecen por encima de todo rigor analítico.

7
Son sorprendentes las artimañas a las que apela Arturo Arango para continuar inclinando la balanza desfavorablemente hacia Lunes y El Puente.

7.1. Cuando afirma que al leer Los juegos de la Escritura… «pareciera que Lunes de Revolución era una publicación marginal, alternativa [...]». No desconozco el poder que llegó a tener Lunes de Revolución, cuya tirada alcanzó los doscientos cincuenta mil ejemplares, que contaba también con Ediciones R, con una imprenta y un programa de televisión cada lunes. Pero sí marginal en cuanto a las tachaduras y tergiversaciones de las que posteriormente fue objeto por los relatos de nuestra historiografía literaria.

7.2. En el caso de Ediciones El Puente, todavía es más inquietante. Veamos el párrafo que comienza así: «En la siguiente oposición binaria que se establece entre El Puente y El Caimán Barbudo», Arango se pregunta: «¿Quiénes de El Puente fueron marginados?». Y establece la siguiente enumeración: Miguel Barnet disfrutaba del merecido reconocimiento por su clásico Biografía de un cimarrón. Manuel Granados publica El viento en casa-sol, Georgina Herrera y Belkis Cuza Malé obtienen premios y menciones, y Lina de Feria es jefa de redacción del Caimán. Arturo Arango continúa: «Ciertamente, muchos otros integrantes de El Puente desaparecieron [énfasis mío] de la vida literaria, y no pocos fueron a instalarse en otros países. Pero en 1968 ocurrieron acontecimientos más severos en el campo cultural cubano y las causas de esa diáspora no descansan, exclusiva y ni siquiera principalmente, en la polémica de la [Ana maría] Simo con el por entonces intolerable Jesús Díaz» (p. 58).

Está aquí el intento de Arango por relatar el lado esplendoroso de la Historia, que tiene un reverso siniestro. Es sintomático la detención de José Mario, el líder del proyecto de Ediciones El Puente, la noche de la aparición del número de La Gaceta de Cuba donde Jesús Díaz acusa a los miembros de El Puente de empollados «por la fracción más disoluta y negativa de la generación actuante». Su detención concluye en el campamento 2279 de la UMAP, donde pasó ocho meses. El arresto de Ana María Simo y su encierro en una prisión de mujeres en Guanabacoa y su posterior internamiento en un hospital siquiátrico donde recibió electrochoques.

Mientras escribo estas notas, viene a mi memoria aquellas palabras de Nancy Morejón en una entrevista aparecida en Opus Habana a raíz de su Premio Nacional de Literatura. Allí confiesa: «Yo viví acomplejada muchos años, a tal punto que siempre he participado en comisiones, en esto o en lo otro... pero nada de hablar en asambleas. Todavía hoy a mí me cuesta intervenir en una reunión de ese tipo. Porque siempre siento —es inconsciente— detrás de mí como un mal ojo. En fin, había como una especie de mala voluntad y contra la mala intención no puedes hacer nada... porque éramos considerados algo así como seres endiablados. Te digo que a mí todavía en un Consejo Nacional de la UNEAC me da trabajo levantar la mano para decir algo, porque me parece que va a salir alguien y me va a decir: “Cállese usted, porque los de El Puente...”. Ahora te lo puedo contar, pero antes no se hablaba de esas cosas».[6]

Realmente no sé qué tipo de deudas intenta saldar Arturo Arango con «Una mala escritura de la Historia». Sólo sé que no son con la memoria del campo cultural revolucionario; sus tachaduras y olvidos; y sus principales víctimas.

Habría mucho más que comentar sobre «Una mala escritura de la Historia», pero espacio y tiempo sobran.

Alberto Abreu Arcia
[1] Graziella Pogolotti: “La insoportable gravedad de la historia”, Casa de las Américas, no. 251, abril-junio del 2008, p. 134.
[2] Premio Casa de las Américas 2007. Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2008.
[3] Ver Arturo Arango: “Una mala escritura de la Historia”, en La Gaceta de Cuba, enero-febrero del 2009, pp. 56-59.
[4] Arturo Arango Arias: «Rumbos de la nueva cuentística» , en Universidad de la Habana, no. 209 , pp. 119-128.
[5] Ver Nelly Richard: «Introducción», en Julio Ramos: Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XXI. Editorial Cuarto Propio-Ediciones Callejón, Santiago de Chile-San Juan, p. 12.
[6] María Grant: «En Los Sitios de Nancy Morejón», en Opus Habana, n. 1, 2002, p. 16-25.

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