Fulgores de María Antonia, cuarenta años después
Uno de los grandes mitos de la cultura cubana contemporánea es María Antonia, la negra pendenciera y rebelde, sensual e indomable que naciera de la fabulación de un gran dramaturgo, Eugenio Hernández Espinosa, allá por 1964 con la tragedia homónima y, tres años más tarde, de la vitalidad de puesta del maestro Roberto Blanco y la brillante interpretación de la actriz Hilda Oates.
Cuarenta años después, la investigadora teatral Inés María Martiatu emprendió la idea de un libro que reuniera aproximaciones diversas a un texto y a un fenómeno que podía sobrepasar la mera significación teatral. Al convocar y mezclar las reflexiones de ensayistas, críticos de arte y de teatro, de un director, una estudiosa de la religiosidad popular y una poeta, Martiatu urde un tejido cruzado que, desde su condición transdisciplinaria, deriva hacia aspectos de la cultura y la vida cubana de mucho mayor alcance. Y que, sobre todo, perfilan la obra monumental de la dramaturgia cubana hacia su trascendencia y su inscripción en el momento actual de la realidad nacional. Como afirma la animadora y prologuista: “La propia trascendencia del texto se comprueba precisamente en las nuevas perspectivas teóricas que se abren a los ensayistas, debido al desarrollo y a los cambios lógicos ocurridos dentro de nuestra sociedad”, con contribuciones y “temas que confirman la multiplicidad de significados del texto y su capacidad como impulsor de ideas dentro del amplio espectro de intereses de cada uno de los participantes.”
Así, el volumen Una pasión compartida: María Antonia –y el título resume el componente emotivo que acompaña cada estudio, elusivo de cualquier academicismo a ultranza— se erige como un importante referente sobre la obra misma y también como contribución a los estudios culturales cubanos, desde una perspectiva que explora –y fabula, lo que es para mí componente esencial de la crítica de arte-- acerca de los conflictos contemporáneos relacionados con raza, género y clase, y lee creativamente la historia.
Luego de las notas de Inés María Martiatu, en las que expone sus propósitos y contextualiza la creación de la obra, polémica al sumergirse a profundidad en la naturaleza de conflictos incluso hoy aún pendientes de debate, Graziella Pogolotti propone con “El silencio de los excluidos”, un recorrido que inserta la estrategia emancipadora de Hernández Espinosa en un proceso histórico largamente aplazado. A partir de la paradójica definición que da el autor a su pieza, al entenderla como “tragedia republicana”, la ensayista analiza la génesis clásica del género, ubica el antecedente que significó Réquiem por Yarini, de Carlos Felipe –pionero en el empeño de elevar, en su caso desde la sublimación, el mundo de los marginados--, y subraya la voluntad de transfiguración liberadora que le aporta el carácter transgresor de Eugenio, al ubicar su conflicto en el camino de una negra humilde, rebelde y resistente, empeñada en la búsqueda de una redención que sabe imposible.
El estudio de Graziella, “en homenaje a Roberto Blanco”, refiere también claves puramente representacionales con las que el talentoso maestro de la escena contribuiría a encontrar un discurso eficaz y espléndido para la concepción original del texto, y a perpetuarlo para la posteridad como una leyenda. Se sabe, según ha declarado el propio Eugenio, cuán complicado fue el camino de María Antonia hacia el escenario, por la manera prejuiciada con que se le leía por potenciales directores, y cómo Roberto, de regreso de un viaje con estadía en el Berliner Ensemble y experiencias en Ghana, había sentido y entendido creativamente su esencia.
Inés María Martiatu también entrega su aporte con “Chivo que rompe tambó: santería, género y raza en María Antonia”, un lúcido estudio que sitúa la obra, en el contexto de los años 60, como continuidad de la primera vanguardia en los años 20 y 30, por el reconocimiento del tema negro con el añadido de la perspectiva crítica que favorece el proceso de transformaciones revolucionarias. Descompone la pieza a la luz del análisis de la riqueza de expresiones como la Santería –fuente fundamental del universo psicológico y sociológico de la trama--, en niveles subalternos debido a los prejuicios raciales y clasistas, y el arduo proceso en aras de su legitimación. Y reflexiona acerca de cómo ese corpus sirve al dramaturgo para discutir relaciones y conflictos de hombre y mujeres en una sociedad transculturada.
Disfruté mucho la lectura de este trabajo, que resume una saga abierta por Inés María allá por 1984 con “María Antonia: wa-ni-ilé-ere de la violencia”, por el que la conocí cuando compartimos premios en el primer concurso de crítica de la revista Tablas. Paso a paso, Inés se ha convertido en la exégeta por excelencia de la trayectoria de Eugenio, con inteligentes aportaciones.
Un complemento importante aporta Lázara Menéndez con “María Antonia y su madrina: dos caras del dodecaedro”, en el cual su vasto saber sobre las prácticas rituales de la Santería ilumina los mecanismos de construcción de dos personajes diferentes, fruto del mismo mundo marginado. Relaciones entre espacio público y privado, el sentido otro de la familia y una sagaz perspectiva de género estructuran el discurso.
Alberto Curbelo traza una bitácora por el Cerro, el popular barrio que ha sido cuna y hábitat persistente para Eugenio (curiosamente vive hoy a escasos metros de su entorno de infancia y juventud), del que sacara modelos y referentes para María Antonia. La vida real de la barriada que al decir popular “tiene la llave”, el estadio latinoamericano, meca del deporte nacional, y un enclave fundamental de ceremonias y liturgias, se contrapone por el director a otra mirada idealizada y eufemística, interesada en borrar al negro, y revisa nociones como integración y transculturación en el relato teatral.
Movilizadora es la provocación de Rufo Caballero, crítico de arte y estudioso del cine y los medios que aquí examina la adaptación cinematográfica homónima de Sergio Giral, cuando inscribe la problemática en el presente revolucionario de su escritura, en 1964, y reafirma su validez presente. Al apuntar que: “Si todavía hoy la promiscuidad de los solares constituye un elemento social inocultable, si hoy la marginalidad ha ocupado el centro que parece entonces todo el tiempo margen, cómo no iba a ser verosímil el drama de María Antonia en los conflictivos años 60, pleno de colisiones y enfrentamientos”, Rufo remueve un conflicto aún requerido de mayor debate, el mismo que anima mucho de los planes sociales que la Revolución ha debido impulsar en fecha reciente como respuesta a la persistencia de reales dificultades para la emancipación integral de la población negra.
Otras contribuciones igualmente meritorias completan el libro, como la viñeta del dramaturgo y narrador Antón Arrufat en defensa del amor y repudio del amarre manipulador, que viera la luz por primera vez en las páginas de Conjunto allá por 1982;[1] el paralelo que sugiere el teatrólogo y dramaturgo Amado del Pino con Santa Camila de la Habana Vieja, de Brene, otro hito de los 60; el acentuado componente erótico que rastrea el periodista y poeta Waldo González López, y el diálogo que crea la poeta Georgina Herrera con la protagonista trágica, como una indagación de actualidad que es el mejor preámbulo al texto de la obra, reeditado aquí para que el lector pueda comprobar juicios y despertar nuevas ideas.
Ojalá este valioso empeño despierte una nueva pasión para que María Antonia, ese texto lamentablemente no tan conocido como merece, y hoy fuera de nuestros repertorios, renazca en la voz y la carne de la escena.
Vivian Martínez Tabares
[1] Cf. Antón Arrufat: "María Antonia: amor o 'amarre'", Conjunto n. 51, enero-marzo 1982, pp. 120-123
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