viernes, 5 de septiembre de 2008


Tomás González en su definición mejor


Que Tomás González es sin duda una de las personalidades más singulares del teatro cubano contemporáneo, es cierto. Pero que ha sido también una de las figuras más olvidadas lo es también. Algunos lo descubrieron por el estreno de Los juegos de la trastienda y por los éxitos que obtuvo en los dos festivales del monólogo celebrados en 1988 y 1989, particularmente con La artista desconocida y Mamá yo quiero ser Fred Astaire. Los más avisados saben que este dramaturgo es el autor de dos guiones trascendentes en el cine cubano: quizá el más audaz, De cierta manera, escrito junto a la desaparecida directora Sara Gómez y el más perfecto La última cena, con el también fallecido Tomás Gutiérrez Alea.
Este autor es creador de una prolífica producción de textos dramáticos. Su vocación como maestro lo ha llevado a ser profesor de dramaturgia, de dramaturgia de la danza y sobre todo de actuación. Sin embargo ha pesar de ser un incansable hombre de teatro ha tenido pocos estrenos y publicaciones .

Pero Tomás es esencialmente un hombre de la cultura cubana.
En el teatro dramaturgo, director, actor, Tomás llegó a ser el profesor de actuación más influyente a finales de la década del 80 y el único que ha creado su propio método de Actuación Trascendente con el que enseñó y presentó a sus alumnos en los Festivales del Monólogo sobre todo en los años 1988 y 1989. Como músico ha participado en incontables experiencias y se ha presentado durante años como cantante profesional. Como pintor ha realizado diversas exposiciones.
Este hombre, tan bien dotado para la creación, ha tenido la intuición, el don o la suerte de estar siempre presente allí donde estaban a punto de desarrollarse importantes acontecimientos artísticos que marcaron una época entre nosotros y que todavía están dando sus frutos. Es capaz de captar, llegado el momento, el rumbo preciso y necesario que tomarían los acontecimientos. Tomás González es un hombre extremadamente culto en el mejor sentido, esto se puede apreciar en la forma en que es capaz de utilizar su acervo relacionándolo con el resto de sus conocimientos y su creación. Un caso notable y mágico fue el de Yago tiene feeling (1962); la había escrito en una noche y la leyó en el Seminario de Dramaturgia del Teatro Nacional. Por esa época recuerdo que Tomás cantaba y se identificaba plenamente con las búsquedas del personaje Yago. Él quería hacer lo que Yago, todos lo sabíamos. Pero lo mágico fue que Pablo Milanés lo hizo. En esa obra se insertan tres canciones: el tema Yago tiene feeling, con letra de Tomás González y música de César Portillo de la Luz, y las dos restantes con letra y música del propio Tomás. Yago expresa sus propósitos artísticos cuando dice: “No me apresuro. Busco una voz, la voz de estos tiempos. Aún no la he encontrado [...] Estoy en una cosa distinta. Algo que se le escapa al feeling de las manos. Es el después del feeling.”

En un interesante trabajo, el musicólogo y ensayista Leonardo Acosta, caracteriza la obra de Pablo Milanés en su primera etapa como compositor y cantante, una obra de transición entre el feeling y la Nueva Canción o Nueva Trova ,.Me parece adecuado mencionar también, para ilustrar este proceso, la canción Tú mi desengaño, a mi juicio la última del feeling y la primera que ya no lo es propiamente, ese después del feeling a que se refiere Yago. Claro que esta evolución estaba ya en el ambiente musical, y no en un solo creador, pero lo importante fue cómo el dramaturgo logró captar la lógica del devenir artístico en ese momento. Y no es extraño que Pablo por su trayectoria y talento lo asumiera. Veinte años después Tomás nos demostró que entendió aquello, y con la mayor naturalidad del mundo escribió la segunda parte: Ote vino en un charter, que junto a Yago tiene feeling conforman El camino del medio. Yago fue quizás, una anticipación de Pablo. En esa segunda parte el Yago adulto se identifica claramente con la personalidad artística
de Pablo Milanés, en la que se inspira ahora de una manera consciente. No me canso de asombrarme de esa coincidencia, pero Tomás no se inmuta.

En un concierto celebrado en 1968 en la escalinata de la Universidad de la Habana ocurrió un suceso artístico memorable. Tomás González estuvo entre sus protagonistas. Se estrenó una elegía al Che Guevara, inspirada en cantos funerarios de origen yorubá. Esta obra estuvo en la génesis de la idea de crear una agrupación con instrumentos tradicionales que sería precursora de posteriores trabajos en ese sentido. Allí se reunieron Sergio Vitier, Rogelio Martínez Furé, Jesús Pérez, Oba Ilú, y otros. Más tarde esta experiencia sirvió de base a la formación del Grupo Oru dirigido por Sergio Vitier de brillante trayectoria desde hace muchos años en el panorama de la música cubana. En el terreno del teatro pudiéramos citar a De cierta manera, cuya versión teatral, adaptada, dirigida y actuada por Mario Balmaceda fue el detonante y antecedente (junto a María Antonia de Eugenio Hernández Espinosa, por supuesto) de toda una corriente de indagación en el mundo popular en el teatro de los 70. Al duro y sin careta (título de la versión teatral del guión del filme) se estrenó primero en las tablas y fue precursora de obras como Chapochachín asere, de Tito Junco, y sobre todo de Andoba, de Abraham Rodríguez. Por si esto fuera poco lo encontramos participando en el Grupo Los Doce en Teatro Estudio. Uno de los esfuerzos más serios por trabajar el teatro experimental entre nosotros. Aquello para él no fue un juego a ser moderno, sino la continuidad que le hizo encontrar la vinculación de lo experimental con una tradición todavía viva y que lo hace legítimo. La disolución del Grupo Los Doce fue uno de .los síntomas de lo que se avecinaba, la hora de “los parámetros”, verdadera catástrofe que conmovió y desmembró en parte el movimiento teatral cubano, cuyas heridas tardaron mucho tiempo en restañarse. Tomás González fue una de los perjudicados por estas funestas medidas contra innumerables creadores.

El nacimiento de Tomás González que él mismo describe como un suceso sincrético, ocurrió en Santa Clara el 29 de enero de 1938 a las once en punto de la noche, (por lo que es Capricornio con ascendente Libra), en una antigua cochera convertida en modesta vivienda. Lo de sincrético le viene porque su madre era negra fina y costurera y el padre blanco, de ojos azules, de dudoso pasado liado con mujeres de mal vivir, y dueño de una vidriera de venta de cigarros y tabacos que encubría sus verdaderas actividades de apuntador. La infancia del niño transcurrió bajo la influencia de sus padres, los relatos fantásticos sobre su nacimiento (dicen que nació muerto y la comadrona lo revivió por puro milagro), y el mundo mágico de las primas de su madre que vivían en la acera de enfrente, en una casa gobernada por tres mujeres. Tomás describe la dualidad de las dos casas objetivadas en sus patios como lugares en que se desarrollaba la sensibilidad del niño, dos cosmos que alimentaron su fantasía y le hacían tomar conciencia de la presencia de seres misteriosos. “Siempre he presentido la existencia de otro mundo paralelo al que vivimos. Y ése no es un mundo soñado, sino que creo a Calderón cuando definió nuestro mundo cotidiano como sueño.”
Al fructífero quehacer teatral que describimos más arriba, y sus incursiones en la música, las artes plásticas y el cine podemos agregar una no menos significativa en el campo de la literatura. Paisaje de mujer es el título de un volumen de poesía publicado en Islas Canarias, lugar donde el autor ha vivido por muchos años. Tomás lo firma con un heterónimo, un nombre de mujer. El breve espacio es la novela que debe su nombre al de la canción de Pablo Milanés El breve espacio en que no estás. Con esta primera incursión este autor nos presenta sus credenciales en la novelística. El momento histórico en que se desarrolla la narración abarca momentos importantes de la vida de su autor. En lo formal, utiliza técnicas en que se entrecruzan la fabulación y las entradas y salidas de la realidad que le tocó vivir. Esta obra, que esperamos se de a conocer al lector cubano, promete ser una de esos textos esclarecedores que nos dejan ver lo que fuimos en un pasado reciente y lo que podremos lograr en un futuro mejor. Mucho habría que hablar de Tomás González, un intelectual, un hombre de la cultura cubana de su tiempo que alcanza con el conjunto de su obra “su definición mejor”.

Inés María Martiatu Terry
En La Habana y a 25 de marzo de 2008.

Alzar la voz

El proyecto Alzar la voz a pesar de su reciente creación ha realizado ya varias presentaciones con éxitos.

1-Concierto en el. Teatro “Mariana Grajales”. La Habana. Primera Presentación en público. 5 de marzo de 2008.
2- Presentación en el Pabellón Cuba. Espacio de la Juventud. 14 de marzo de 2008.
3- CUBADISCO. Feria del Disco Cubano. Dedicada África y su diáspora.
4 - Presentación con los poetas africanos Salari Miquiwa (El Príncipe de la poesía Africana) y Manda Chewa. Con la participación de las poetas cubanas Georgina Herrera, Soleida Ríos y Caridad Atencio. 21 de mayo de 2008.
5 - Festival de Poesía de La Habana. Inauguración y Clausura. 26 y 31 de mayo de 2008, respectivamente. Organizado por la UNEAC.
6. Presentaciones en Cienfuegos. Sede de la UNEAC, Biblioteca Ateneo y Escuela de Instructores de Arte. 27 de mayo.
7-Festival de Música y Poesía Arte Más. En La Madriguera (espacio emblemático de la cultura alternativa) y en La Casa de la Poesía en La Habana. 19 de julio de 2008.

OTRO ORIKI A ROGELIO


Allá por los años 50´yo todavía vivía en la casa en que nací en San Miguel 809 entre Soledad y Aramburu en el inefable barrio de Cayo Hueso. Todos los días me asomaba a la ventana o me paraba en la puerta y veía pasar a un muchacho muy delgado y de aspecto formal. Caminaba con su cuerpo muy derecho en dirección a Aramburu y seguía por la cuadra que rodea El Parque Trillo. Él siempre despertó mi curiosidad, pero jamás se fijó en mí. Seguramente porque era unos años mayor que yo y no me tenía en cuenta. Un día, por un amigo que visitaba mi casa supe que era de Matanzas, que vivía casi al doblar, en San Rafael y Soledad y que todos los días se dirigía a la Universidad donde estudiaba la carrera de Derecho.

Llegó el triunfo de la Revolución y me encontré de pronto envuelta en aquella vorágine prodigiosa en que todo parecía ser posible y en realidad lo era. Continué mis estudios de bachillerato, pero ya no me interesaban los de piano. Participaba en las más inimaginables actividades de todo tipo. Al recordarlas parece increíble que tuviéramos tiempo para todas.

Foto: Mónica Alonso

Un día, la dirección de la Asociación de Jóvenes Rebeldes nos encargó a mí y a otras amigas, entre las que se encontraba Sarita Gómez que ayudáramos a organizar la AJR en la Escuela Anexa de San Alejandro, para fortalecer al grupo exiguo que militaba en aquel centro. Allí encontramos a algunos personajes inolvidables pero sobre todo a Manolito Mendive. Otro día nos confiaron nada menos que 8 páginas del Mella, el órgano de la Juventud de entonces. Era una sección fija con el título de CULTURALES donde escribíamos entre las dos con la mayor osadía de cuanto acontecimiento artístico se producía entonces. Y también se nos abrieron las páginas del suplemento Cultural Hoy Domingo.

Así fueron llegando y reencontrándonos con los amigos que nos habían de acompañar hasta hoy. A Nancy Morejón, Humberto Solás, Fernando Pérez y su hermana, la querida Trini, que ya conocíamos del Instituto de la Habana, se unieron los grupos que se reunían en la Biblioteca Nacional, en la circulante: Eugenio Hernández, Ana Justina y Mario Balmaseda que ya había sido compañero de algunas fiestas de quince años atrás, Gerardo Fulleda León, Maité Vera y otros alumnos del mítico Seminario de Dramaturgia del Teatro Nacional. Entonces se produjo un acontecimiento que habría de cambiar para siempre mi punto de vista sobre la cultura, y mi propia identidad como negra, como cubana: la convocatoria para el Seminario de Etnología y Folklore del Teatro Nacional de Cuba. Al llenar la solicitud casi no sabíamos qué escribir en el pretencioso acápite Curriculum Vitae.

Nosotras, Sarita y yo fuimos admitidas como alumnas “supernumerarias”, es decir que podíamos asistir pero no éramos becadas, no nos pagaban como a Miguel Barnet, a Alberto Pedro Díaz, a John Dumolin, a Jorge Berroa, al propio Rogelio y otros alumnos aventajados que nos miraban con incredulidad aunque no poca simpatía.

Así comenzamos a profundizar en un mundo que habíamos desconocido o quizá más bien desatendido hasta entonces por su proximidad. Para ello nos llevaron de la mano Argeliers León, María Teresa Linares, Isaac Barreal y el inolvidable maestro Manuel Moreno Fraginals.

A pesar de la autoridad de todos estos grandes pedagogos fue con el entonces joven Rogelio Martínez Furé, con su palabra precisa y apasionada siempre, que descubrí que todo aquello había estado a mi alrededor desde siempre. Que Nieves Fresneda, una señora humilde y cercana, cantante de La Comparsa de la Bollera era una excelsa artista y además hija de una reina, Yemayá. Que Jesús Pérez, al que hasta entonces consideraba un joven apuesto sí, pero una más de las personas comunes que vivían en el barrio, era en realidad un Rey o que Cornelio Estrada que era el director de Los Componedores de Batea, la comparsa de mi barrio y muchos de sus integrantes eran poseedores de una cultura otra que yo tendría que apresurarme a estudiar, a reconocer e integrar para ganancia mía a mi propia identidad. Una de las mayores sorpresas fue saber que los Eforienkomó Usagaré Muñanga, la potencia abakuá de Cayo Hueso, plantaban en un solar de mi propia cuadra y eran auténticos, no como los usagaré de los muñequitos de Tarzán que leía semanalmente.

A pesar de que mi padre, el único comunista de la familia, con su aspecto de profesor atildado o quizá por ello, sabía bailar y apreciar una rumba legitima. Y de que mis tíos y primas se reunían en mi casa y fueron parte del movimiento del feeling, fue Rogelio el que me abrió definitivamente no sólo al conocimiento sino a la asunción de la cultura popular.

Luego se sucedieron otros aportes fruto de la sensibilidad y la laboriosidad de este gran amigo. Su Antología de Poesía Yoruba para Ediciones El Puente, nos mostraba que la Santería era más que una religión y que venía de una cultura clásica. Y ese otro regalo espléndido para nuestra identificación con nuestras raíces que fueron los dos tomos de Poesía Anónima Africana donde la espiritualidad del continente alcanza las más altas resonancias y venía a consolidar la estimación, el respeto y la percepción necesaria de la esencia de esa África nuestra tan injuriada y negada. Más tarde a través de su verbo y de sus traducciones se nos hicieron familiares los nombres y las obras de muchos poetas que venían a consolidar esa convicción: Leopoldo Sedar Senghor, Aimée Cesaire, León Gontram Damas, Amadou Hampate Ba, los Diops, Agostinho Neto, Reabearivelo y muchos otros, cuyas voces negras nos llegaban de África, de Madagascar o del propio Caribe, para orgullo y certidumbre nuestra.

En varias ocasiones he caracterizado los años 60´ como el segundo momento más alto de reconocimiento del aporte de las culturas de origen africano y populares en nuestro país, después del movimiento Negrista o Afronegrista de los años 20 y 30. Es cierto que ha sido una labor colectiva en que se han destacado muchas más voces y alcanzado mayor resonancia popular y nacional que en aquella primera vanguardia. Tenemos que reconocer el gran aporte de Rogelio en esta importante etapa. A Rogelio le debemos mucho, su presencia, su canto, su capacidad de devolvernos toda esa belleza como él solamente sabe expresar. Y entre otras obras, la creación del Conjunto Folklórico Nacional, la laboriosidad con que ha compuesto los tomos de poesía africana de autor, su Diwan. Y no digo más.

Gracias, hermano, porque lo demás todo lo que hemos vivido a tu lado y gracias a ti, como se dice vulgarmente, es historia.

Inés María Martiatu (Lalita)
En La Habana a 27 de agosto de 2007 y 70 años de Rogelio

Foto: Mónica Alonso